De lo que hablo es de ser más humanos, sin contar con la parte egoísta del ser, y recordar que de su trabajo depende la vida del resto de ciudadanos para los que dicen trabajar. Recordar que cada euro que se apropian indevidamente (no usemos el término robar, podríamos agredirles) es una agresión directa a la economía de un país, municipio o ciudad. Países, municipios y ciudades donde habitan personas que dependen, en cierto modo, de sus decisiones. Y lo fácil es vivir en la abundancia, porque mientras no sea mi familia la que no tiene qué comer o cómo acceder a los estudios todo va bien. Porque qué bonito es un "Lo siento, no volverá a ocurrir", pero mientras yo comía en restaurantes de cinco tenedores había gente buscando comida en un contenedor. Que claro está, ser político es un trabajo como otro cualquiera, y hay que cobrar por él, pero no es necesario que el sueldo sea desorbitado, ni que los viajes familiares se incluyan en el presupuesto del ayuntamiento, y creo que los trajes tampoco cuentan como uniforme laboral. Además, decidme cuantos carteros, profesores o enfermeros pueden no acudir a su puesto de trabajo porque tienen que ir a la peluquería, o cuantos abogados conocéis a los que su empresa les pague 3000 euros al mes si tras despedirlos no encuentran trabajo.
A las personas lo que nos gusta son los desfiles de moda, no los paseos hasta la puerta del juzgado. Nos gusta tener un representante que no de vergüenza y sea capaz de componer dos frases seguidas con sentido. Nos gusta que quien está al mando de nuestras ciudades pueda aguantar más de tres minutos sin un copazo en la mano. Y lo que más nos gusta es que no nos engañen, aunque no lo parezca por los resultados electorales.