martes, 19 de enero de 2016

Lo que está muerto no puede morir

Nada ni nadie puede hacer daño cuando solo quedan los trozos de cristal rotos que alguien no recogió la noche anterior. Mucha fiesta y poco aguante, pensarán algunos. Pero entre cortarme mil veces o no recogerme tengo que decir que el olor a sangre no está tan mal, y que el reflejo en mis pupilas del agua teñida de rojo hasta me da un toque interesante.
Y claro que prefiero las rosas secas en botellas vacías (y enteras), pero que si tengo que volver a derramarme, quizá sea la última vez (y lo de jugar a la ruleta rusa prefiero dejárselo a los profesionales). Que cuando se rompe el primer pedazo, igual corta a alguien por accidente, pero en el momento en el que solo quedan un par de trozos medio resquebrajados, para ese momento, ya no queda nadie. Todos han aprendido la lección y se han ido tan lejos como han podido. O se han quedado todo lo cerca que han sabido fingir. 
Dejemos la falsa modestia a un lado y admitamos que no somos tan perfectos como pretendemos hacer creer. Si vas a recoger los cristales, córtate tan profundo que nadie pueda ponerlo en duda, pero si pretendes solo esconderlos debajo de la alfombra, ten cuidado y no vuelvas a andar descalzo. 

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