miércoles, 28 de enero de 2015

¡Ay la adolescencia!

Todo te parece un mundo y haces una montaña de un grano de arena. 
No te has vuelto exagerada de repente, tranquila, simplemente estás cansada. Cansada de ser, cansada de estar, cansada de parecer, agotada en general. Hasta la cosa más pequeña te cuesta. Llevas así un par de días, semanas, meses... ya te parece tu estado natural. Pocas ganas de hacer nada y muchas cosas por hacer. Es una sensación que te absorbe de tal manera que piensas que nunca vas a salir.
De repente llega alguien o algo (en mi caso alguien, y menos mal) que te saca de ahí sin saber muy bien como. Poco a poco te vas dando cuenta de que las cosas no cuestan tanto, que una pequeña sonrisa no hace daño a nadie y que por cada buenos días que des (en lugar de una cara larga) no te cobran.
Siempre he tenido fama de seria, la tengo y la tendré. No voy a decir que esté orgullosa de ello, pero tampoco es algo que me disguste. El problema viene cuando esa fama se acaba comiendo tu personalidad. No por estar seria estoy enfadada, pero puedo acabar enfadandome de tanto estar seria sin motivo.
Aunque personalmente siempre he creído que es más lógico estar serio que sonriendo todo el día. Llamadme loca si queréis.
Lo que quiero decir con todo esto es que siempre hay una solución, que con 14, 15, 16 y 17 años todo parece el fin del mundo (tampoco es que yo sea mucho más vieja) pero he dicho y hecho muchas tonterías. Tonterías de las que me arrepiento y me avergüenzo, y por eso se que de todo se sale. Habrán cosas que parecerán el fin del mundo, pero no lo son, créeme. Y menos en plena adolescencia.

Hablo con toda la objetividad con la que puede hablar un proyecto de adulto con aires de valentía y madurez.

No hay comentarios:

Publicar un comentario